sábado, 11 de agosto de 2007

Lomborg...

EL CALENTAMIENTO GLOBAL NO DEBE SER LA PRIORIDAD

Live Earth, sordo a la realidad

Bjorn Lomborg*


Los organizadores de los conciertos Live Earth de ayer esperan que el mundo entero escuche un claro mensaje: el cambio climático es la mayor amenaza que enfrenta el planeta. Planificado por el ex vicepresidente de E.U. Al Gore, Live Earth será el espectáculo más grande y promovido a mayor escala en toda la historia del activismo de personajes famosos.

Sin embargo, hacer del calentamiento global la principal prioridad significa que pasemos para abajo otros retos en nuestra lista de cosas pendientes. Algunos activistas del cambio climático de hecho así lo reconocen: el autor australiano Tim Flannery dijo en una entrevista que el cambio climático es "el único problema del que debemos preocuparnos a lo largo de la próxima década".

Digan eso a las 4 millones de personas que están muriendo de inanición, a las 3 millones de víctimas del VIH/sida, o a los miles de millones de personas que carecen de acceso a agua potable y limpia.

El cambio climático causado por el ser humano merece atención, y ya la ha recibido, gracias a Gore, Flannery y otros. Incluso antes de que se haya tocado una sola nota en los conciertos de "concientización", gran parte del mundo desarrollado cree ya que el calentamiento global es el mayor problema del planeta.

Sin embargo, el mundo enfrenta muchos otros grandes desafíos. Nos guste o no, tenemos limitados recursos y una capacidad de atención limitada para las causas globales. Debemos centrarnos primero en lograr el mayor bien para la mayor cantidad posible de personas.

El Consenso de Copenhague reunió a pensadores de primer nivel, entre ellos cuatro premios Nobel de Economía, para estudiar lo que podríamos lograr con una inversión de 50 mil millones de dólares creada para "hacer bien" al planeta.

Examinaron los mejores estudios disponibles y llegaron a la conclusión de que los proyectos que requerían una inversión relativamente pequeña -hacer que quienes sufren de desnutrición reciban micronutrientes, asignar más recursos a la prevención del VIH/sida, hacer un esfuerzo adecuado para dar acceso a agua potable a quienes carecen de ella- haría mucho más bien que los miles de millones de dólares que podríamos dedicar a reducir las emisiones de gases de carbono para combatir el cambio climático.

Los activistas de la reducción de las emisiones de gases de carbono arguyen que centrarse exclusivamente en el cambio climático generaría muchos beneficios. Por ejemplo, señalan que las muertes por malaria aumentarán junto con las temperaturas, ya que los mosquitos potencialmente asesinos crecen más en las áreas más cálidas. Y puede que tengan razón. Pero no es tan simple como un eslogan de autoadhesivo: "Luchemos contra el cambio climático y detengamos la malaria."

Si de algún modo Estados Unidos y Australia reciben inspiración con los conciertos Live Earth para firmar el Protocolo de Kyoto, las temperaturas aumentarían ligeramente menos. La cantidad de personas en riesgo de contraer malaria se reduciría en cerca de 0,02% para el año 2085. Sin embargo, el costo del Protocolo de Kyoto serían unos increíbles 180 mil millones de dólares al año. En otras palabras, los activistas del cambio climático creen que debemos gastar 180 mil millones de dólares para salvar apenas 1.000 vidas al año.

Por mucho menos dinero podríamos salvar 850.000 vidas cada año. Sabemos que la entrega de redes antimosquito y los programas de prevención de la malaria podrían reducir a la mitad la incidencia de la enfermedad para el año 2015, por cerca de 3 mil millones de dólares al año, menos del 2% del coste del Protocolo de Kyoto. No es muy difícil ver cuál es la mejor opción.

Algunos argumentarán que el Protocolo de Kyoto no es lo suficientemente fuerte. Sin embargo, como señalo en mi próximo libro Cool It, incluso si pudiéramos detener por completo el calentamiento global hoy mismo -lo que es imposible- solo podríamos reducir las infecciones de malaria en 3,2% para el año 2085. ¿Deberíamos despreocuparnos de los que están 100% infectados hoy, a quienes podemos ayudar mejor, de manera mucho más barata y con un mucho mayor efecto?

Cuando miramos la evidencia, vemos una y otra vez que las mejores soluciones a los mayores retos del mundo no son aquellas sobre las que más escuchamos. Podríamos salvar muchas más vidas durante condiciones climáticas extremas, por ejemplo, insistiendo en normas de construcción resistentes a los huracanes, que las que salvaríamos comprometiéndonos al objetivo de Live Earth de 90% de reducción en las emisiones de carbono para el año 2050. Sería más fácil, mucho menos costoso, y en último término haría mucho más bien. De hecho, los expertos del Consenso de Copenhague descubrieron que por cada dólar invertido en la lucha contra el cambio climático al estilo Kyoto, podríamos hacer hasta 120 obras mayores y que representaran mejores soluciones en numerosas otras áreas.

Es encomiable que los organizadores de Live Earth estén tan preocupados del futuro lejano, pero cabe preguntarse por qué hay tan poco interés en el presente, que es mucho peor.

No quiero que nadie deje de preocuparse por el cambio climático, sino que deseo fomentar un sentido de perspectiva. Podemos hacer un gran bien a través de iniciativas prácticas y asequibles como la educación sobre VIH/sida, prevención de la malaria y acceso a micronutrientes y agua potable.

Este es el mensaje que quisiera hacer escuchar: Deberíamos centrarnos primero en las mejores ideas. Lamentablemente, este sábado eso no es lo que vamos a oír.

* Organizador del Consenso de Copenhague, profesor adjunto de la Escuela de Negocios de Copenhague y autor de "Cool It" y "The Skeptical Environmentalist"

© Project Syndicate, 2007

Bjorn Lomborg*

Regreso a OMARAMA

domingo, 5 de agosto de 2007

Texto completo de Vallejo


"A México llegué el 25 de febrero de 1971, vale decir hace 36 años largos, más de la mitad de mi vida, a los que hay que sumarles un año que viví antes en Nueva York. ¿Y por qué no estaba en Colombia durante todo ese tiempo? Porque Colombia me cerró las puertas para que me ganara la vida de una forma decente que no fuera en el gobierno ni en la política a los que desprecio y me puso a dormir en la calle tapándome con periódicos y junto a los desarrapados de la Carrera Séptima y a los perros abandonados, que desde entonces considero mis hermanos. Me fui a Nueva York a tratar de hacer cine, que es lo que había estudiado, y de allá me vine a México y en pocos años conseguí que Conacite 2, una de las tres compañías cinematográficas del Estado mexicano, me financiara mi primera película, Crónica roja, de tema colombiano. Entonces regresé a Bogotá a tratar de filmarla con el dinero mexicano. ¡Imposible! Ahí estaba el Incomex para impedirme importar el negativo y los equipos; la Dirección de Tránsito para no darme los permisos que necesitaba para filmar en las calles; el Ministerio de Relaciones Exteriores para no darme las visas de los técnicos que tenía que traer de México; la policía para no darme su protección durante el rodaje y el permiso de que mis actores usaran uniformes como los suyos y pistolas de utilería pues había policías en mi historia... Y así, un largo etcétera de cuando menos veinte dependencias burocráticas con que tuve que tratar y que lo más que me dieron fue un tinto después de ponerme a hacer antesalas durante horas. Entonces resolví filmarla en México reconstruyendo a Colombia. En Jalapa, la capital del Estado de Veracruz, por ejemplo, encontré calles que se parecían a las de los barrios de Belén y de la Candelaria de Bogotá y allí filmé algunas secuencias. Con actores y técnicos mexicanos, con dinero mexicano e infinidad de tropiezos logré hacer en México mi película colombiana a la que Colombia se oponía, soñando que la iban a ver mis paisanos en los teatros colombianos. ¿Saben entonces qué pasó? Que mi mezquina patria la prohibió aduciendo que era una apología al delito. Una apología al delito que se basaba en hechos reales que en su momento la opinión pública conoció y que salió en todos los periódicos, la del final de los dos hermanos Barragán, unos muchachitos a los que la policía masacró en un barrio del sur de Bogotá. A cuantas instancias burocráticas apelé, empezando por la Junta de Censura y acabando en el Consejo de Estado, la prohibieron. Nadie en Colombia, ni una sola persona, levantó su voz para protestar por el atropello, que no era sólo a mí sino al sueño de todos los cineastas colombianos, quienes por lo demás, sea dicho de paso, también guardaron silencio. Como yo soy muy terco volví a repetir el intento con mi segunda película colombiana, En la tormenta, sobre el enfrentamiento criminal entre conservadores y liberales en el campo cuando la época llamada de la Violencia con mayúscula, y con igual resultado: no me la dejaron filmar, la tuve que hacer en México y me la prohibieron, aduciendo que el momento era muy delicado para permitir una película así. Como yo sólo quería hacer cine colombiano y no mexicano, ni italiano, ni japonés, ni marciano, desistí del intento. En alguno de mis libros, aunque ya no me acuerdo en cuál, conté todo esto pero con más detalle: los camiones de escalera y los pueblitos colombianos que tuve que construir, los platanares y cafetales que tuve que sembrar en las afueras de la ciudad de México, los ríos quietos como el Papaloapan que tuve que mover para que arrastraran los cadáveres de los asesinados con la ira del río Cauca, la utilería que tuve que mandar a hacer o traer de Colombia a México, como las placas de los carros y las botellas de cerveza... Nunca acabaría de contarte cosas. Te lo resumo en una sola frase: Colombia, la mala patria que me cupo en suerte, acabó con mis sueños de cineasta.

Entonces me puse a escribir y durante diez años investigué, día tras día tras día, en un país o en otro o en otro, en bibliotecas y hemerotecas de muchos lados, sobre la vida de Barba Jacob, mi paisano, el poeta de Antioquia, que durante tantos años vivió en México y que aquí murió, y acabada mi investigación de diez años en uno más la escribí y me puse a buscar quién la editara. Se acercaba el año 1983, el del centenario del nacimiento de Barba Jacob, y el Congreso colombiano se interesaba en ello. No creían lo que yo les contaba del poeta ni los años que llevaba siguiéndole sus huellas. Me pidieron que les mandara pruebas y les mandé entonces fotos e infinidad de documentos. Nada de eso me devolvieron, con todo se quedaron y el libro lo pensaban publicar en mimeógrafo. Les contesté que eso no sólo no era digno de Barba Jacob, un gran poeta, sino de ellos mismos, unos aprovechadores públicos que se designaban como el Honorable Congreso de la República. Que se respetaran. Entonces publiqué mi biografía Barba Jacob el mensajero en México con dinero de amigos mexicanos. Cuantas veces me ha podido atropellar Colombia me ha atropellado. Hace un año me quería meter preso por un artículo que escribí en la revista SoHo señalando las contradicciones y las ridiculeces de los Evangelios. Eso dizque era un agravio a la religión y me demandaron. ¡Agravios a la religión en el país de la impunidad! En que los asesinos y genocidas andan libres por las calles, como es el caso de los paramilitares, con la bendición de su cómplice el sinvergüenza de Álvaro Uribe que han reelegido en la presidencia. Desde niño sabía que Colombia era un país asesino, el más asesino de la tierra, encabezando año tras año, imbatible, las estadísticas de la infamia. Después, por experiencia propia, fui entendiendo que además de asesino era atropellador y mezquino. Y cuando reeligieron a Uribe descubrí que era un país imbécil. Entonces solicité mi nacionalización en México, que me dieron la semana pasada. Así que quede claro: esa mala patria de Colombia ya no es la mía y no quiero volver a saber de ella. Lo que me reste de vida lo quiero vivir en México y aquí me pienso morir".

Fernando Vallejo

México, mayo 6 de 2007

Regreso a OMARAMA